Rockatmellio, Roquemelió, Rocket-at-Mellio, Rockat-melió, Roquemel, Rocket-au-gogo-melió, los juegos de palabras seguían. Nadie sabía exactamente como se llamaba, pero lo podías identificar al verlo andar con su tupé estilo Robert Smith de The Cure, pero estilizado para lo que se proponía: cantautor de una banda regular de rock, en un medio tan difícil como es Lima, musicalmente hablando, donde el rock es lo último que se piensa y se apoya...

Rockat-mellio pretendía meter filosofía socrática platónica pitagórica a sus letras, de cualquier base sonora musical de rock y blues que sirve.

—Pero ya todo está dicho en el rock —le dijo alguna vez Irene, cuando luego de hacer el amor se ponían a conversar de temas densos, para pasar el rato de la incomodidad silenciosa a las tres de la mañana en una ciudad fantasma como Lima, en la que a partir de las 11 de la noche todos los negocios cierran y no hay nada qué hacer a esa hora, se vuelve una ciudad dormitorio.
—No todo, las cuestiones filosóficas no han agarrado fuerza en el rock —respondió Rockatmellio, quien sentía que había que combatir a la nulidad de cultura reflejada en los pocos diarios, que mantenían una mísera sección cultural y en la televisión, un medio jibarizante donde la estupidez era rey, amo y señor.
—Eres un loco de mierda, eso sería demasiado heavy, muy original —le abrazaba tierna, Irena, con ganas de hacerlo de nuevo. La idea le encendió a una sapiosexual.

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