Aclaremos. Rockatmellio estaba en el chongo de la esposa de Farruko, lo cual es un decir, porque después de 15 años lo sigue esperando y no se aparece el condenado. Probablemente se haya muerto, pero eso ni mencionarlo delante de la viuda, no seamos sensibles con quien generosamente abre las puertas de su casa y ofrece a sus chicas. El chongo quedaba al norte de la ciudad, donde las viviendas son más rústicas, pero el amor descarado es más intenso que las que ofrecen las perlas de la misma ciudad.
La Seño no se dejaba cortejar ante nadie. Pero yo quisiera con usted, insistió Rockatmellio. No, joven, yo le soy fiel al Farruko y sola a él me debo, le decía la Seño, acostumbrada a estos piropos improbables. Pero mira, te presento a la Shemira. Rockatmellio entró a la habitación de la Seño junto con la Shemira. Sí, Shemira es su nombre de batalla, pero lo que hace con su boca es prodigioso, acaso una maravilla. El buen Rockatmellio se inmoló ante ella, sin necesidad de dejar un registro en la acostumbrada plantilla ante los HDL. Lo que se goza bien, no vale la pena dejar señas. La Seño los veía gozar. Esa era la especialidad de la casa.
Luego del oral intenso y la tensión más calmada, los tres se quedaron cómodos en la enorme cama. La Seño conversaba con Rockatmellio, le contaba episodios cada uno más sórdido que el otro, sobre su amado Farruko, el chulo, el macho, el narco, el proxeneta, el buen bailarín de salsa. Era un ambiente agradable para una tertulia post coital. La Shemira en un momento se desapareció. Ellos siguieron en lo suyo.
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Rockatmellio estaba al tanto de la leyenda de Farruko, pero conversar con la Seño era recoger testimonio de primera mano, a pesar de los tantos años transcurridos sobre su probable muerte. Lo comparaban a menudo con Pedro Escovar, otro conocido narcotraficante del que se comentaban tantas leyendas urbanas suyas. Pero Farruko se debe su nombre en homenaje a un conocido cantante de salsa latina.
Ojo con eso, no se trata de cualquier salsa, como la fría alemana, que busca combinar piezas clásicas de Beethoven para elaborar exabruptos experimentales con la Quinta Sinfonía y otros intercalándoles ritmos sabrosones. Mucho menos la salsa light miamiera, como la que hacía sonar la Miami Sound Machine, ese adefesio andante sobrevalorado, lo que en el fondo era música monse para anticastristas exiliados que lograron cruzar a nado o en balsas y para esos aventureros de pacotilla, que se inspiraron en la moda tropical veraniega de la serie Miami Vice.
No, eso no. A Farruko le vacilaba la salsa dura, la que se baila con veinte kilos de cocaína, marimba, bien guarnecido de cerveza por cajones. El ambiente de Farruko era en los conciertos en grandes canchones, de tierra afirmada, baños improvisados en las paredes y mechas y broncas cuando el humor de la chela sube y ya no ves a los brothers o yuntas, sino a esos maricones que se quieren apropiar de tu barrio y tu territorio, donde tú marcas los límites para vender la rica merca, alquilas a tus chicas y te compras tu casa y nave.
El contexto setentero lo conocía Rockatmellio de oídas y de algunas revistas, como Hora Zero, con sus crónicas desopilantes sobre esos ambientes barriobajeros. Volviendo a la Seño, en tanto años transcurridos nadie podía comérsela, era ley intocable en casa de Farruko. Rockatmellio lo intentó, pero la amable señora le derivó a los encantos de la Shemira. Algunos parroquianos y caseritos frecuentes aseguran, que el nombre de la Seño es Domitila, como otros ya pasado de tragos, como Vergas Varguitas o Bayoneta Martínez, quienes afirman que se llama Dominga, del afrancesado Dominique.
La Domi, como también se la conocía, regentaba bien esa casa. El cariño es inmenso, pese a que se cae de pedazos y se encuentra un poco alejado de la carretera norte, cerca de un balneario donde el sol nunca aplayece y siempre es nublado tumba o gris panza de burro: días nublados blancos en que aflora el calor pero no lo suficiente para meterse al mar o sentirse en Soho o Miami Beach. Pero arrecha bastante ese ambiente desolado, para meterse una encerrona con cada chica, o hasta donde rinda el cuerpo en las sudadas batallas horizontales, la carne que llama carne para saciar el apetito de carne.
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